LA CUCARACHA Y EL CISNE
(Amar en Tiempos del Fin de los Tiempos)
El planeta Tierra ha
llegado a su fin. Es el Día del Juicio Final, y los saqueos, el caos, y
la barbarie son el pan del último día. Miles de millones de
meteoritos se precipitan sobre la superficie terrestre, y el ser humano besa el
acabar de su existencia viendo perecer uno a uno a cada uno de sus
vástagos.
En medio de una planicie, en las afueras de una ciudad, un cisne corre despavorido. La imagen de la belleza perdida huye de los trozos de roca que amenazan su vida. El perfecto animal cree salvar su vida: pobre ignorante del destino fatal que acecha a cada ser que puebla el planeta. Ágil, rápido, astuto, consigue esquivar cuantos asteroides rozan su plumaje. Ni por un instante baja la guardia.
Pero he aquí que el horizonte le regala una sorpresa. Una cucaracha, imagen de la supervivencia ante un holocausto, corre hacia el ave. También ignora que es El Fin de los Tiempos. Las miradas de ambas criaturas se cruzan. Lo inevitable sucede. Basta una fracción de segundo para que los ojos de uno se sumerjan en los del otro y salte la chispa: se enamoran perdidamente.
El enamoramiento, sin embargo, resulta fatídico. Un despiste que hace que el cisne saboree las mieles de la serendipia más exquisitia, al tiempo que supone el advenimiento fatal de un asteroide sobre su cabeza, que lo deja inconsciente. Tendido sobre el suelo, inmóvil, dibuja la forma de un ángel caído. El insecto, creyéndolo muerto, no podría sufrir más. Y no puede sufrir más, pues, desangelado, con el corazón en pedazos, decide afrontar la muerte, lanzándose a las llamas de un precipicio cercano, una brecha abierta por la lluvia de meteoros.
Cuando está en el aire, volando, precipitándose hacia su destino, el cisne abre los ojos y ve a su amada criatura poniendo punto y final a su existencia. Grazna desesperado, pero su último canto no podría ser más futil: la cucaracha está ya besando a Lady Guadaña. Sientiendo el vacío que deja la ausencia del único cuadro que colgó de las paredes de su caja torácica, el que otrora fuere patito feo no soporta el dolor que araña su alma, y corre hacia un enorme meteorito que amenaza con aplastar la ciudad.
Corre despavorido, como alma que lleva el diablo de las bestias, mucho más rápido que cuando intentaba salvar su vida. Ahora morir es la prioridad, pues vivir sin el objeto de su amor se le antoja insostenible. Corre, corre y corre, y llega por fin a un lugar que sin duda será alcanzado por el meteoro, pues su sombra alcanza al cisne, que espera ser violado por la decisión de la Pachamama de perecer entre llamas.
En un último adiós, el cisne deja escapar una lágrima de su hasta ahora impertérrito ojo. La lágrima de la despedida del mundo. La lágrima del apretón de manos de Mussolini y Hitler. El beso de Judas. La última ciudad en pie del planeta. El último trozo de pastel de manzana. El Último de la Fila. Ultimátum a los sentimientos. Ultimátum a la vida. Ultimátum al amor.
El cisne muere aplastado.
En medio de una planicie, en las afueras de una ciudad, un cisne corre despavorido. La imagen de la belleza perdida huye de los trozos de roca que amenazan su vida. El perfecto animal cree salvar su vida: pobre ignorante del destino fatal que acecha a cada ser que puebla el planeta. Ágil, rápido, astuto, consigue esquivar cuantos asteroides rozan su plumaje. Ni por un instante baja la guardia.
Pero he aquí que el horizonte le regala una sorpresa. Una cucaracha, imagen de la supervivencia ante un holocausto, corre hacia el ave. También ignora que es El Fin de los Tiempos. Las miradas de ambas criaturas se cruzan. Lo inevitable sucede. Basta una fracción de segundo para que los ojos de uno se sumerjan en los del otro y salte la chispa: se enamoran perdidamente.
El enamoramiento, sin embargo, resulta fatídico. Un despiste que hace que el cisne saboree las mieles de la serendipia más exquisitia, al tiempo que supone el advenimiento fatal de un asteroide sobre su cabeza, que lo deja inconsciente. Tendido sobre el suelo, inmóvil, dibuja la forma de un ángel caído. El insecto, creyéndolo muerto, no podría sufrir más. Y no puede sufrir más, pues, desangelado, con el corazón en pedazos, decide afrontar la muerte, lanzándose a las llamas de un precipicio cercano, una brecha abierta por la lluvia de meteoros.
Cuando está en el aire, volando, precipitándose hacia su destino, el cisne abre los ojos y ve a su amada criatura poniendo punto y final a su existencia. Grazna desesperado, pero su último canto no podría ser más futil: la cucaracha está ya besando a Lady Guadaña. Sientiendo el vacío que deja la ausencia del único cuadro que colgó de las paredes de su caja torácica, el que otrora fuere patito feo no soporta el dolor que araña su alma, y corre hacia un enorme meteorito que amenaza con aplastar la ciudad.
Corre despavorido, como alma que lleva el diablo de las bestias, mucho más rápido que cuando intentaba salvar su vida. Ahora morir es la prioridad, pues vivir sin el objeto de su amor se le antoja insostenible. Corre, corre y corre, y llega por fin a un lugar que sin duda será alcanzado por el meteoro, pues su sombra alcanza al cisne, que espera ser violado por la decisión de la Pachamama de perecer entre llamas.
En un último adiós, el cisne deja escapar una lágrima de su hasta ahora impertérrito ojo. La lágrima de la despedida del mundo. La lágrima del apretón de manos de Mussolini y Hitler. El beso de Judas. La última ciudad en pie del planeta. El último trozo de pastel de manzana. El Último de la Fila. Ultimátum a los sentimientos. Ultimátum a la vida. Ultimátum al amor.
El cisne muere aplastado.
Casi me haces llorar con tu moderno drama shakesperiano.
ResponderEliminarMe lo tomo como un cumplido
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