viernes, 28 de septiembre de 2012

Correspondencia Mr. Jonson - Qadeer (6/6)

Llega el final de la epopeya. Prepárense para el clímax amoroso. ¡Por fin carta de Mr. Jonson!


Hola,


He recibido tus cartas. Perdona que haya tardado tanto en contestar, pero es que no las había leído. En realidad no pensaba leerlas, ya que con saber que existías y que habías leído mi primera carta me bastaba para sentirme solidariamente realizado. Al final las he leído.

Mucho me temo que ha habido un malentendido. Parece ser que me ves en un sentido en el que yo no te veo a ti. Yo tan sólo quería ser solidario. Ya sabes: tú eres del tercer mundo, yo del primero... Pensé que quizás el carteo serviría para que ambos nos situásemos en un segundo mundo imaginario en el que no hubiera desigualdades. Me equivoqué.

Espero que lo entiendas. Ésta es la última carta que recibirás de mí. También espero que entiendas que cuento con no recibir más correspondencia tuya.

Hasta luego


Nuevamente querido Mr. Jonson:



Cuánto me alegro de que todo haya sido un malentendido. Mi vida se tornaba sombría y miserable al considerar la posibilidad de perder su afecto. Infinitamente peor era pensar que podría haber estado jugando al hoola-hoop con mis emociones. Tanto mejor ahora que sé que mi espíritu de carne de ajopringue no está solo en este agorero y cruel universo.  

Pero en toda historia de amor que se precie hay un amargo giro final que deja a ambos amantes con el culo al aire, y más aún si uno de los culos se deshace al contacto con la más mínima brisa. Me refiero a mis posaderas, claro, aunque sé de muy buena tinta que las suyas tiemblan cada vez que piensa en mi aliento sobre ellas. Oh, Dios… espero no estar ruborizándome. Podría ser peligroso para mi cutis.

Me encantaría mudarme con usted a ese paraíso que llama "Segundo Mundo". Supongo que se trata de un resort que ha alquilado para que estemos a solas. Lo siento, pero no. Tengo que hacerme de desear, y he de declinar la proposición. Quizás algún día.

Así que éste es el fin. Yo lo he decidido así, y así ha de ser. No he estado alimentando mis ideas románticas del amor a base de chutes nocturnos de lecturas de “Romeo y Julieta” y visionados de “Forrest Gump” para nada. ¡Me niego! Sólo terminaríamos juntos si fuésemos Richard Gere y Julia Roberts y estuviésemos en una escalera de incendios y, sintiéndolo mucho, esta escalera de incendios no aguanta más puteros canosos. Lo siento, pero si amar significa no tener que decir nunca “lo siento”, que venga el protagonista de “Love Story” y que me chupe la lepra.

Por ti, por mí, por nosotros, por mi enfermedad y por los cachos de carne del alféizar de mi ventana, abandonados tras largas tardes lluviosas pensando en su sexo, debo decirle hasta nunca, no sin antes dedicarle mi último adiós, con un rimbombante adverbio de los que acaban en “-mente”. Y es que, al final, la mente es lo único que no se nos cae a los leprosos.
                Inexpugnablemente suyo, y para siempre en el tiempo, pero no en el espacio,
            Qadeer

viernes, 21 de septiembre de 2012

Correspondencia Mr. Jonson - Qadeer (5/6)


Anteriormente querido Mr. Jonson:

Está claro que hoy no me voy a la cama sin hacer algo de ruido. Y, por supuesto, no abandonaré la vigilia sin comunicarle que es usted un cerdo. Y pensar que he malgastado mis más sinceras palabras en usted… y pensar que, durante semanas, estuve besando una etiqueta de una botella de anís del mono imaginándome que era una foto suya… y pensar que quería entregarle mi flor… mi frágil, delicada y pútrida flor…

Esta semana he cambiado la moqueta del suelo porque me recordaba a usted. También he cambiado el papel pintado de la pared porque me recordaba a usted; y he cambiado el inodoro del baño porque olía a culo. Bueno, y porque me recordaba a usted. Todo lo que huele a culo me recuerda a usted. Hasta los culos que no huelen a culo me recuerdan a usted. ¿Usted no se recuerda a sí mismo cuando huele el culo suyo? No me diga que no…

Como ya le he dicho, o al menos insinuado, lo odio. Siento que ha jugado con mis sentimientos igual que un niño leproso juega con la carne muerta de su hámster leproso. ¿No ve lo que intento decirle? Quizás no intento decirle nada, y tan sólo quiero dejar fluir mi dolor por tsunamis de tinta de impresora. Por cierto, ¿sabe lo caro que es un cartucho de tinta de impresora en mi país? En el desierto no tenemos calamares, ¿sabe? Y la tinta no cae de los árboles, a no ser que sean árboles que den calamares a modo de frutos. Y yo nunca he visto uno de ésos.

                     Pútridamente NO suyo,
                                    Qadeer

martes, 18 de septiembre de 2012

Correspondencia Mr. Jonson - Qadeer (4/6)

Querido Estimado Mr. Jonson:

Siento que nuestras  mis cartas hayan podido derivar en una orgía de malentendidos no muy comprendidos. Como habrá podido observar, ya no me dirijo a usted con el “Querido Mr. Jonson” con el que antaño gustaba de deleitarle. Siento que ya no es digno de mis caricias palabras de afecto.

Últimamente me siento muy sensible. Ayer una paloma me cagó en la cara, y un buitre se comió mi hombro derecho, pensando que yo era carroña. ¿Qué voy a hacer ahora sin hombro? ¡Era la mejor parte del brazo! Era lo que hacía que éste estuviese unido al cuerpo. ¿Y cómo voy a grabar bodas, bautizos y comuniones en vídeo, ahora que no puedo apoyar una videocámara profesional en mi  hombro derecho? Por suerte, soy zurdo, y además nunca he tenido que grabar una boda, bautizo o comunión. Pero pensaba empezar a hacerlo.

De todas formas, no hay mal que por bien no venga. Ya sabe lo que dicen: un hombro menos significa un sobaco menos. Menos olores desagradables, ¿verdad? Lo malo es que toda mi piel huele a sobaco de burra. Ésa es la única pega. Por lo demás, todo genial, ¿no?

¿Sabe qué? He empezado a contarle a mi madre que me carteo con usted. Está muy contenta de que esté haciendo amigos nuevos. Piensa que entre usted y yo sólo hay amistad… qué inocente… ardo en deseos de fornicarle el alma… ¡Oh, Dios Mío, qué obsceno! Olvide lo último que he escrito, por favor. Mis deidades no me lo perdonarían.

Sin más, me despido de usted con un abrazo de los que se derriten en las manos, y no en las cartas.
  
 Encarnecidamente ¿suyo?
Qadeer

lunes, 17 de septiembre de 2012

Correspondencia Mr. Jonson - Qadeer (3/6)


Querido Mr. Jonson:

Desde que recibí su primera carta, vivo con la ilusión de recibir una segunda. Ésta es ya la tercera que le escribo, y sigo sin recibir respuesta. ¿Acaso vive usted sumido en una emoción tan aplastante que le impide empuñar una pluma? Supongo que así será, porque de lo contrario alguien va a salir mal parado de este romance.

Pero no nos desviemos del morbo principal de estas cartas: soy leproso. Mi vida pende de un hilo que, a su vez, pende de un péndulo. Diría que resulta irónico, pero estoy seguro de que usted sepa apreciar o siquiera distinguir la ironía. No se ofenda. O, mejor aún, oféndase. Es hora de ir teniendo nuestra primera pelea conyugal.

Oh, Dios… pelea conyugal… eso me recuerda a mi primera mujer. Padecía la lepra, como yo, pero no la lepra estándar, sino la lepra negra. Por si no la conoce, le informaré de sus características principales:

-          La lepra negra no es de ningún color.

-          Si usted sufre de lepra negra, se le cae la piel igual que con la lepra, pero con algo más de glamour, como más despacio.

-          Si tienes la lepra negra y te miras al espejo a medianoche a la vez que dices tres veces “jamón”, acabas diciendo “monja” dos veces.

-          Poner una cuarta característica sería aburrir.

Una vez más, no se olvide de que existo, aunque mi existencia se caiga a pedacitos.

                                                                        Desproporcionadamente suyo,
                                                                                                   Qadeer

domingo, 16 de septiembre de 2012

Bicho Palo quiere ser cerilla


Bicho Palo era un bicho de palo que vivía en el bosque. Su mejor amiga era una saltamontes que se llamaba Simona.


Todas las mañanas, Bicho Palo y Simona salían a pasear. Solían pasar por un charco enorme, a orillas del cual se sentaban a almorzar.
"Solían pasar por un charco enorme. Más grande que dos charcos pequeños juntos"


Bicho Palo y Simona pasaban mucho tiempo juntos. Eran mejores amigos. O eso parecía.

Bicho Palo no era feliz. Desde pequeño había sentido que le faltaba algo. En su vida algo no cuadraba, y no estaba seguro de qué era. Esto era algo que Simona a veces notaba. A menudo lo veía triste, incluso deprimido, pero no hablaban del tema. Ella le tenía mucho cariño. Mucho.
"Bicho Palo no era feliz. Y eso que tenía muchos brazos"


Un día Bicho Palo se dio cuenta de lo que le pasaba. No estaba contento con su sexualidad. Se dio cuenta así, de un día para otro. Estaba mirando unos dibujos de cerillas y lo vio claro, así que se sometió a una operación de cambio de sexo, y se convirtió en un bicho de cerilla.

Podría decirse que le cambiaron todo el cuerpo. Le sustituyeron las extremidades por cerillas; la cabeza por una cabeza de cerilla; las manos por cabezas de cerilla; todo el cuerpo, prácticamente. Fue un trabajo muy fino. Lo hizo un escarabajo. Un escarabajo cirujano. Uno bueno. De los que quedan pocos.

Así que nuestro protagonista dejó de llamarse Bicho Palo y pasó a ser Bicho Cerilla.

Bicho Cerilla le quiso dar una sorpresa a Simona, así que se presentó en casa de ésta con su nueva apariencia, esperando ansioso una respuesta positiva por parte de la saltamontes. Simona abrió la puerta y vio a Bicho Palo convertido en Bicho Cerilla.

- Pero... - dijo balbuceando, asombrada hasta la médula - … pero, Bicho Palo... ¿qué te has hecho?

- Ya no soy Bicho Palo. Soy Bicho Cerilla - dijo sonriente y orgulloso.
"Ya no soy Bicho Palo. Soy Bicho Cerilla"


Simona, con los ojos envueltos en lágrimas, hundió su cara en los extremos de sus patas delanteras . A Bicho Palo se le derritió la expresión de júbilo. Su sonrisa cayó hasta el suelo. No se esperaba esa reacción. Con lo ilusionado que estaba él...

- Pero... Simona...

- Oh, Bicho Palo... no... no entiendes nada... - alcanzó a decir entre sollozos la insecto -

- Bicho Cerilla. - dijo muy serio y profundo - Ahora me llamo Bicho Cerilla.

Simona le dio la espalda a Bicho Cerilla y siguió llorando. Esta vez con más intensidad. Parecía realmente hundida en el desconsuelo.

- ¿Es que no te das cuenta... - le dijo angustiada la saltamontes a la cerilla viviente - … de que yo estoy enamorada de ti?

- Hostias...

A Bicho Cerilla se le quedó cara de tonto. Cara de cerilla tonta.

Pasaron varios segundos hasta que alguno de los dos decidiese mover ficha. Se quedaron ahí, junto al umbral de la puerta, sin saber qué decir ni qué hacer. La tensión era espesa. Tanto que se podía cortar con un cuchillo. Con uno grande, de los de cortar tensiones.

Fue Bicho Cerilla el que tomó la iniciativa e inició un acercamiento. “¿Actitud positiva?”, se dijo a sí mismo en su cabeza. “Sí, por supuesto”, se contestó. “Leí en un libro que los conflictos sólo se solucionan a través del diálogo”, se dijo también. “Vamos p´allá”, fue su última auto-sentencia.

Dio un paso hacia Simona, a la vez que salía un “Oye” con bondadosas intenciones de su boca. De forma automática, en un acto reflejo, Simona le propinó una patada a Bicho Cerilla, con tan mala fortuna que las púas de su pata rasparon la cabeza de cerilla de Bicho Cerilla, la cual se encendió irremediablemente. En escasos segundos se prendieron fuego todas las cerillas de su cuerpo: manos, pies, rodillas, codos, entrepierna, nalgas, etc. El pobre (¿la pobre?) estaba completamente envuelto (¿envuelta?) en llamas.

Bicho Cerilla entró en estado de shock, lo cual le impidió gritar. Se tiró al suelo, intentando apagar el fuego. Comenzó a rodar sobre la alfombra. Simona no se daba cuenta de nada. Estaba absorta en su propia y egoísta miseria.

Bicho Cerilla se levantó corriendo y comenzó a golpearse, desesperado, contra paredes, puertas y muebles. Los resultados fueron de los más ineficaz: nada apagaba sus llamas. Ardía sin cesar, y no sabía cómo salvar la vida. Y Simona sin parar de llorar. Vaya toalla.

Por fin tuvo una idea que podría funcionar: resolvió correr hasta el charco que donde Simona y él gustaban de almorzar. No estaba lejos. Era su oportunidad de oro. De oro vivo, del color del fuego. Cuánta ironía para un solo bicho.
"Cuánta ironía para un solo bicho"


Fue corriendo como alma que lleva el diablo hasta el charco y se lanzó de cabeza hacia él. Pero el charco ya no era el charco. Un muchacho con su moto había pasado por ahí aquella tarde. La moto se había averiado y soltaba gasolina. El muchacho había parado justo encima del charco. El charco era ahora de gasolina. Gasolina con agua, pero gasolina al fin y al cabo. El resto os lo podéis imaginar: Bicho Ceniza.

A la mañana siguiente, Simona encontró las cenizas mojadas de Bicho Cerilla en el charco que otrora fuere de agua y compañía. Llamó a las autoridades y esperó llorando.

En medio de su renovado llanto, alguien la interrumpió tocándole en el hombro. Se dio la vuelta y vio que era un bicho bola con bata de médico. Una bata que podía enrollarse con él cuando se hacía bola. Una bata moderna.

- ¿Quién es usted? - dijo Simona.

- Soy el Doctor Bicho Bola. Yo llevé a cabo la operación de cambio de sexo de Bicho Palo. Siento mucho su pérdida.
"Soy el Doctor Bicho Bola", dijo aquel insecto , sin saber que se aproximaba el final del cuento.


- No pasa nada - contestó ella - De todas formas, lo que me molesta no es que se haya suicidado. Ya como Bicho Cerilla me daba igual que estuviese vivo o muerto. A mí lo que me jode es lo del cambio de sexo. Y eso es culpa suya - dijo algo aireada.

- Bueno, da igual - dijo muy tranquilo el Doctor Bicho Bola - Las palabras de mi pésame siguen siendo válidas. Sigue siendo una pérdida.

- Sí, una pérdida por su culpa. - La saltamontes parecía cada vez más molesta - Además, ¿cómo puede darle más importancia al hecho de dar un pésame válido que a la muerte de un insecto? ¿Qué clase de alma de piedra tiene usted?

El bicho de bola agachó la cabeza avergonzado.

Y así se quedaron el resto de la tarde, mientras el sol se ocultaba tras el horizonte: un bicho bola vestido de médico, una saltamontes llorona y ególatra, y las cenizas de un bicho palo convertido en cerilla flotando en petróleo.

Parecían una familia y todo.

Vaya tres patas para una mesa.

Vaya toalla.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Correspondencia Mr. Jonson - Quadeer (2/6)

Ahí va la segunda entrega de la correspondencia entre los entrañables Quadeer y Mr. Jonson. Como el "Labo de Comedia" (lugar donde leíamos estas cartas) dejó de llevarse a cabo "coitus interruptus style", sólo pudimos leer un par.

PERO NO LLORÉIS, QUE ME VOY A CASAR CON ELLA

No, no lloréis, ya que, aun así, sin tener cartas del Señor Jonson (Julián Gènisson), cohete en culo y BIC en mano, continué escribiendo posibles respuestas a cartas, y aquí están, reescritas para la posteridad. O para mis nietos. O para los nietos de mis amigos (más probable que para mis nietos).

En esta carta ya vemos como Quadeer empieza a tomarse el tema del carteo muy en serio. Y lo lleva por derroteros que se derriten solos, y no por ser leprosos precisamente. O a lo mejor un poco sí.

Disfruten 2/6

Querido Mr. Jonson:

Anoche volví a soñar con usted. Y, créame, si los sueños fuesen Coca-Cola, lo que tuve anoche no sería precisamente una Coca-Cola Light. No sé si me sigue. El caso es que a través de esta correspondencia estoy albergando unos sentimientos que no sé si usted siente también. Qué paradoja, ¿no? correspondencia de sentimientos que quizá no son correspondidos. Menos mal que no puede romperme el corazón, ya que lo tengo demasiado gelatinoso como para que se rompa. Como mucho, podría apretarlo entre sus dedos hasta que saliese disparado hacia el cielo.

El sueño de anoche me hizo abrir los ojos. Incluso los abrí antes de que terminara. En él estábamos usted y yo en una pradera, pastando como vacas, y conversando sobre la posibilidad de hacer el amor, pero cada uno con una persona distinta: usted con un leproso que no fuese yo, y yo con un Mr Jonson que no fuese usted. Luego se me deshacía el pene como un cirio en Semana Santa, y usted me recitaba una poesía. Una sobre cirios en Semana Santa.



No sé… espero que no se sienta incómodo con lo que que le he contado. Si así ha sido, espero sepa olvidarlo. Si lo olvida, espero que no olvide por qué ha decidido olvidar, o no se podrá explicar el porqué de esa sensación de haber olvidado algo por voluntad propia, sin saber el qué ni por qué. Sólo espero eso.

No sé si decirle que lo amo en secreto. No, mejor no. Mejor dentro de dos o tres cartas. No hay que estropear la tensión sexual que va in crescendo en esta historia. Mejor esperar.

Despilfarradamente suyo,
   Qadeer

domingo, 9 de septiembre de 2012

Historias tatuadas II: El pañal cagao

Quién iba a decirle a Jaime que aquel día cambiaría su vida para siempre...

- Aquí, lo quiero aquí, en el pecho. Justo donde está el corazón. Quiero tenerlo cerca del corazón.

Jaime miró aquel papel detenidamente. No sabía muy bien qué era. ¿Un lamparón de petróleo, quizás?

- De acuerdo, sin problema. Pero esto es... ¿esto es una mancha del test de Rorschach, o algo así?

- No, no. Qué va. Es la mancha que va a dejar mi hijo en su primer pañal. Bonito, ¿verdad?


El cliente dibujó en su rostro una amplia sonrisa que provocó en el interior de Jaime un sentimiento antagónico al que una sonrisa debería causar.


- No... no entiendo - dijo con cara de incomprensión aderezada con unas gotas de miedo - Quiere tatuarse en el pecho una mancha de... de mierda, con perdón, del pañal de su hijo.

- Claro - dijo aquel tipo, muy sonriente - Como todo el mundo.
Jaime se quedó callado unos segundos. Cogió una aguja.

- Bueno... vale. Y, dígame: ¿Cuántos años tiene su hijo?

- No ha nacido todavía.

Jaime tragó saliva.

- ¿Cómo que no... que no ha nacido?

- No. Todavía no. Mi mujer está embarazada de ocho meses. Mire qué guapo mi hijo.

El tipo sacó un sobre de un maletín. Lo abrió y sacó de éste una ecografía.

- Es guapo, ¿eh? Bueno, parece un poco una mantis religiosa con los brazos así tan largos y medio torcidos, pero es guapo, ¿eh? Es muy guapo mi hijo. Lo quiero mucho. 

El tipo comenzó a besar la ecografía compulsivamente, muy rápido. Parecía que se la quería beber a sorbos. Jaime no podía estar más desconcertado. Le temblaba hasta el alma. Le temblaba hasta la vergüenza ajena. Le temblaba incluso la parte del alma reservada para albergar la vergüenza ajena. Terremoto interno.

- Bueno, sí... es guapo... sí... supongo. - le dijo - Oiga, ¿y no preferiría tatuarse una imagen de su hijo? Podría tatuarle la ecografía.


- ¿Está loco? - dijo el tipo con cara de arcada inminente - Pero si parece una mantis religiosa, con los brazos así tan largos, y medio torcidos. Calle, calle. Qué asco.


Jaime se quedó callado e inmóvil durante unos segundos. Localizó visualmente su teléfono, por si tenía que pedir ayuda. También se preocupó de tener bien controladas sus agujas y demás objetos punzantes. Aún así, agarró un paño y se dispuso, aguja en mano, a iniciar el proceso tatuador. El tipo quería un tatuaje de una mierda, pues le iba a hacer un tatuaje de una mierda. Y punto. Un profesional es siempre un profesional.

- Oiga, y... bueno... casi con toda seguridad me arrepentiré de hacerle esta pregunta, pero... ¿cómo puede saber cómo será el primer pañal cagado de su hijo? - inquirió Jaime, a punto de iniciar el tatuaje.

El extraño cliente agarró de súbito la mano de Jaime, impidiéndole así iniciar su ritual artístico. Pausa de algunos segundos de duración. Incertidumbre. Máquina de tatuar haciendo ruido. ¿Amor? No. Amor, no. Como mucho, amorfosidad. Amorfosidad emocional. Batiburrillo de acción de sentimientos.

El extraño cliente cogió su ecografía, muy despacio, y el trozo de papel en el que estaba la mancha del pañal dibujada. Sin mediar palabra, lentamente, y con los ojos empañados, fue poniéndose de pie y marchándose del lugar.

Jaime, sin terminar de asimilar lo sucedido, apagó su máquina de hacer tatuajes y salió a la calle a observar a aquel tipo marcharse.

Y lo vio. Lo vio caminar hacia el horizonte, erguido, con paso firme. Despacio, pero seguro, como alguien que ha visto la luz. Como alguien que ha vuelto a nacer.

Como alguien que ha decidido no tatuarse mierdas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Los Vengadores del bosque

Una cabaña en medio del bosque. Van cinco superhéroes a pasar el fin de semana: el Increíble Hulk, Thor, La Viuda Negra, Iron Man y el Capitán América. Se llevan sus provisiones: cerveza, vodka, tequila y algo de víveres. LA COSA promete. Y eso que no la han invitado.

Comienzan con el clásico bañito en el lago. Se lo pasan bien. Podría decirse que el Capitán América está condenado al ostracismo por sus compañeros de viaje. Es normal. Es un pringui: se pasa el día jugando con muñequitos de la Segunda Guerra Mundial.

Mientras, la Viuda Negra y Iron Man intercambian miraditas. Iron Man es un picarón, y le gustan las mozas tiernas. El Increíble Hulk y Thor parecen acercarse también. Al Increíble Hulk siempre le han atraído los martillos. Los martillos pilones. Y los pilones sin martillos. Es un tío verde.

Total, que bajan al sótano de la cabaña y encuentran un montón de cosillas interesantes. El Capitán América se agobia. “Chicos, yo creo que deberíamos volver arriba”. Thor le da un capirotazo con el martillo. La Viuda Negra obsequia a Thor con una mirada de desaprobación.


Sobre una mesa hay un libro con dibujos de criaturas monstruosas devorando gente y movidas malrolleras. La Viuda Negra comienza a leerlo. El Capitán América está cada vez más asustado. En el bosque, unos zombis con cuchillos comienzan a aparecer de debajo de la tierra. Lo del libro era un conjuro. Vaya cagada, ¿eh?


Los zombis se acercan. Se oyen sus gemidos. “Abrázame fuerte”, le dice el Capitán América a Hulk. Silencio incómodo. Los zombis comienzan a entrar a través de las ventanas. El primero en caer es Hulk, al que pillan despistado, observando los bíceps de Thor.


Le clavan un puñal al Capitán América en la espalda. Lo dejan tirado en el suelo, como un felpudo hecho con piel de mapache, o como un mapache muerto usado como felpudo. “Dentro de ti hay una estrella”, se dice a sí mismo, agonizando. “Si lo deseas, brillará”. Pero no. Muere.


La Viuda Negra, Thor y Iron Man se van cagando hostias del lugar. Thor y la Viuda Negra se montan a lomos de Iron Man, que sale volando para escapar de las bestias. Se abren camino por el bosque a martillazos, cortesía de Thor. Le encanta reventar cabezas de zombis. Él es así


Van volando a ras del suelo, pues el peso impide a Iron Man planear más alto. “Tenemos que soltar lastre”, dice el hombre de hierro. “Pues yo no me bajo”, dice Thor. “Si no te bajas, te bajo”, contesta el billonario playboy. Duelo de egos. Falos enfrentados. La supervivencia de la picha.


Comienzan a forcejear en el aire. Es raro. La Viuda Negra no se cae. Es muy raro. Dan muchas vueltas en el aire. Ahora es la física y la lógica las que están condenadas al ostracismo. A lo mejor es porque el Capitán América ya no está, y de alguien hay que pasar. Pobre. Dentro de él había una estrella.


Al final Iron Man consigue tirar a Thor por un precipicio. La Viuda Negra y su caballero con armadura creen estar a salvo, pero un zombi atraviesa la garganta del excéntrico millonario y lo deja más tieso que Julio Iglesias en una rueda. Rueda de instrumento de tortura, ¿ok? Rueda de coche NO. No tendría sentido.


La Viuda Negra está sola. Le da una patada en la cabeza al zombi que ha matado a Iron Man. Éste la coge del pelo y la tira a un lago cercano. La Viuda Negra sale del agua con una sierra en la mano. Sierra el cráneo al zombi. Así, como suena. Le sierra el cráneo. Ha vencido.


Comienza a caminar hacia su casa pensando: “Si yo era la única que no tenía superpoderes ni una armadura guay, ¿qué pasa que sólo he sobrevivido yo?”. Entonces aparece de entre la maleza una tipa muy seria, trajeada, que se parece a Sigourney Weaver. Qué disparate.


La tipa le explica a la Viuda Negra que todo ha sido un plan para contentar a unos dioses que leen cómics y que están hartos de las aventuras de siempre de los superhéroes y que querían algo ya distinto, en otro plan. Algo como una película de miedo típica, pero con superhéroes. Algo excitante y novedoso.


La Viuda Negra se ofende. Han jugado con su vida para entretener a los dioses. Eso no mola. La tipa trajeada le dice que ella ha de morir también para que acabe la función. “Hay que completar el ciclo”, dice. “Cerrar las cosas. Es importante. Hay que terminar de fregar los platos”.


La Viuda Negra no entiende muy bien esa última metáfora, pero le da igual. Agarra un palo y le atraviesa el hígado a la tipa extraña con él. Luego le arranca la cabeza de un escupitajo. “A eso le llamo yo fregar los platos”, le suelta. No pilla las metáforas pero luego las usa. ¿Una nueva corriente del analfabetismo, quizás?


La Viuda Negra se va por fin a su casa. Tranquila. Serena. Firme. Con la paz interior que te da el haberle arrancado la cabeza a alguien. Con la satisfacción del trabajo bien hecho, las tareas terminadas. Llega a la cocina. Los platos sin fregar... ¿Capricho de los dioses? Supongo que sí.


A ellos también les gustan las metáforas.