- Aquí, lo quiero aquí, en el pecho. Justo donde está el corazón. Quiero tenerlo cerca del corazón.
Jaime miró aquel papel detenidamente. No sabía muy bien qué era. ¿Un lamparón de petróleo, quizás?
- De acuerdo, sin problema. Pero esto es... ¿esto es una mancha del test de Rorschach, o algo así?
- No, no. Qué va. Es la mancha que va a dejar mi hijo en su primer pañal. Bonito, ¿verdad?
El cliente dibujó en su rostro una amplia sonrisa que provocó en el interior de Jaime un sentimiento antagónico al que una sonrisa debería causar.
- No... no entiendo - dijo con cara de incomprensión aderezada con unas gotas de miedo - Quiere tatuarse en el pecho una mancha de... de mierda, con perdón, del pañal de su hijo.
- Claro - dijo aquel tipo, muy sonriente - Como todo el mundo.
Jaime se quedó callado unos segundos. Cogió una aguja.
- Bueno... vale. Y, dígame: ¿Cuántos años tiene su hijo?
- No ha nacido todavía.
Jaime tragó saliva.
- ¿Cómo que no... que no ha nacido?
- No. Todavía no. Mi mujer está embarazada de ocho meses. Mire qué guapo mi hijo.
El tipo sacó un sobre de un maletín. Lo abrió y sacó de éste una ecografía.
- Es guapo, ¿eh? Bueno, parece un poco una mantis religiosa con los brazos así tan largos y medio torcidos, pero es guapo, ¿eh? Es muy guapo mi hijo. Lo quiero mucho.
El tipo comenzó a besar la ecografía compulsivamente, muy rápido. Parecía que se la quería beber a sorbos. Jaime no podía estar más desconcertado. Le temblaba hasta el alma. Le temblaba hasta la vergüenza ajena. Le temblaba incluso la parte del alma reservada para albergar la vergüenza ajena. Terremoto interno.
- Bueno, sí... es guapo... sí... supongo. - le dijo - Oiga, ¿y no preferiría tatuarse una imagen de su hijo? Podría tatuarle la ecografía.
- ¿Está loco? - dijo el tipo con cara de arcada inminente - Pero si parece una mantis religiosa, con los brazos así tan largos, y medio torcidos. Calle, calle. Qué asco.
Jaime se quedó callado e inmóvil durante unos segundos. Localizó visualmente su teléfono, por si tenía que pedir ayuda. También se preocupó de tener bien controladas sus agujas y demás objetos punzantes. Aún así, agarró un paño y se dispuso, aguja en mano, a iniciar el proceso tatuador. El tipo quería un tatuaje de una mierda, pues le iba a hacer un tatuaje de una mierda. Y punto. Un profesional es siempre un profesional.
- Oiga, y... bueno... casi con toda seguridad me arrepentiré de hacerle esta pregunta, pero... ¿cómo puede saber cómo será el primer pañal cagado de su hijo? - inquirió Jaime, a punto de iniciar el tatuaje.
El extraño cliente agarró de súbito la mano de Jaime, impidiéndole así iniciar su ritual artístico. Pausa de algunos segundos de duración. Incertidumbre. Máquina de tatuar haciendo ruido. ¿Amor? No. Amor, no. Como mucho, amorfosidad. Amorfosidad emocional. Batiburrillo de acción de sentimientos.
El extraño cliente cogió su ecografía, muy despacio, y el trozo de papel en el que estaba la mancha del pañal dibujada. Sin mediar palabra, lentamente, y con los ojos empañados, fue poniéndose de pie y marchándose del lugar.
Jaime, sin terminar de asimilar lo sucedido, apagó su máquina de hacer tatuajes y salió a la calle a observar a aquel tipo marcharse.
Y lo vio. Lo vio caminar hacia el horizonte, erguido, con paso firme. Despacio, pero seguro, como alguien que ha visto la luz. Como alguien que ha vuelto a nacer.
Como alguien que ha decidido no tatuarse mierdas.
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