Querido Mr. Jonson:
Desde que recibí su primera carta, vivo con la ilusión de recibir una segunda. Ésta es ya la tercera que le escribo, y sigo sin recibir respuesta. ¿Acaso vive usted sumido en una emoción tan aplastante que le impide empuñar una pluma? Supongo que así será, porque de lo contrario alguien va a salir mal parado de este romance.
Pero no nos desviemos del morbo principal de estas cartas: soy leproso. Mi vida pende de un hilo que, a su vez, pende de un péndulo. Diría que resulta irónico, pero estoy seguro de que usted sepa apreciar o siquiera distinguir la ironía. No se ofenda. O, mejor aún, oféndase. Es hora de ir teniendo nuestra primera pelea conyugal.
Oh, Dios… pelea conyugal… eso me recuerda a mi primera mujer. Padecía la lepra, como yo, pero no la lepra estándar, sino la lepra negra. Por si no la conoce, le informaré de sus características principales:
- La lepra negra no es de ningún color.
- Si usted sufre de lepra negra, se le cae la piel igual que con la lepra, pero con algo más de glamour, como más despacio.
- Si tienes la lepra negra y te miras al espejo a medianoche a la vez que dices tres veces “jamón”, acabas diciendo “monja” dos veces.
- Poner una cuarta característica sería aburrir.
Una vez más, no se olvide de que existo, aunque mi existencia se caiga a pedacitos.
Desproporcionadamente suyo,
Qadeer
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