lunes, 18 de junio de 2012

Wilson y Betty


Érase una vez una babosa llamada Betty. Betty era esbelta y atractiva. Sus labios eran jugosos, sus ojos tiernos, y su piel sinuosa. Betty llevaba dos círculos de tronco de árbol saliendo con un caracol bastante apuesto llamado Wilson. Wilson era guapo, simpático y divertido, pero quería ir rápido, demasiado rápido, y Betty no se sentía preparada.

Un buen día, cuando el lorenzo más incordiaba, se vieron en La Posada del Junco para tomar café. Betty pidió lo de siempre: café. Wilson siempre pedía algo distinto. No le gustaba repetir. Ese día pidió un té de agua de charca a las finas hiedras. Mientras le daba el primer sorbo, Betty le preguntó:

-          ¿Qué tal el día?
-          Aún no ha terminado. – contestó Wilson – Cuando termine, te diré.
-          Quiero decir que qué tal te ha ido hasta ahora.
-         ¿Hasta ahora-ahora, o hasta ahora-hace diez segundos, justo cuando me preguntaste que qué tal el día?
-          Hasta la baba me tienes con tus chistes sin gracia.

Wilson permaneció callado durante casi un segundo, cuando de repente se puso la bolsa de té en la cabeza y dijo: 

           -          ¡Mírame! ¡Soy idiota!

Betty se levantó dispuesta a marcharse del lugar, pero Wilson se apresuró y le dijo: 

-          ¡Espera, Betty! Yo… yo… te quiero…

Betty se sentó de nuevo junto a Wilson. Los dos se miraron durante unos segundos… y se besaron. Se besaron muy apasionadamente, con mucha, mucha baba. Tanta, tanta baba que tuvieron un hijo hecho sólo de baba. Un charco de baba. 

Y la babosa, el caracol y el charco de baba fueron felices para siempre. 

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