Érase
una vez una babosa llamada Betty. Betty era esbelta y atractiva. Sus labios
eran jugosos, sus ojos tiernos, y su piel sinuosa. Betty llevaba dos círculos
de tronco de árbol saliendo con un caracol bastante apuesto llamado Wilson.
Wilson era guapo, simpático y divertido, pero quería ir rápido, demasiado
rápido, y Betty no se sentía preparada.
Un
buen día, cuando el lorenzo más incordiaba, se vieron en La Posada del Junco
para tomar café. Betty pidió lo de siempre: café. Wilson siempre pedía algo distinto.
No le gustaba repetir. Ese día pidió un té de agua de charca a las finas
hiedras. Mientras le daba el primer sorbo, Betty le preguntó:
-
¿Qué tal el día?
-
Aún no ha terminado. – contestó Wilson –
Cuando termine, te diré.
-
Quiero decir que qué tal te ha ido hasta
ahora.
- ¿Hasta ahora-ahora, o hasta ahora-hace
diez segundos, justo cuando me preguntaste que qué tal el día?
-
Hasta la baba me tienes con tus chistes
sin gracia.
Wilson
permaneció callado durante casi un segundo, cuando de repente se puso la bolsa
de té en la cabeza y dijo:
- ¡Mírame! ¡Soy idiota!
- ¡Mírame! ¡Soy idiota!
Betty
se levantó dispuesta a marcharse del lugar, pero Wilson se apresuró y le dijo:
-
¡Espera, Betty! Yo… yo… te quiero…
Betty
se sentó de nuevo junto a Wilson. Los dos se miraron durante unos segundos… y
se besaron. Se besaron muy apasionadamente, con mucha, mucha baba. Tanta, tanta
baba que tuvieron un hijo hecho sólo de baba. Un charco de baba.
Y
la babosa, el caracol y el charco de baba fueron felices para siempre.
Jajaja, muy bueno! Podrías proponerle a Dani que te ilustre el cuento.
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