Sevilla. Agosto. Cuatro
de la tarde. Un calor de los que rellenan telediarios. Juan Joya “el
Risitas” está sentado en su sillón favorito, en la sala de estar
de su casa. En su mano, una foto enmarcada de Antonio Rivero “el
Peíto”, compañero de fatigas, compatriota y, sobre todo, cuñado.
- Te esho de menos,
Peíto... te esho musho de menos...
El Risitas no puede
evitar dejar escapar una lágrima, que cae por su mejilla hasta caer
en la imagen del Peíto.
Madrid. Septiembre. Jesús
Quintero se encuentra en su oficina, revisando fichas de posibles
invitados para su nuevo programa.
En la mesa, un ordenador
portátil. Comienza a navegar por internet. Recuerda sus años en
“Ratones Colorados” y teclea el nombre del programa en el
buscador de YouTube. Nostalgia.
El primer enlace que
aparece corresponde a una especie de entrevista que le hace el
Risitas al insigne Pocholo. Juan Joya le pregunta al rubísimo si es
homosexual, a lo que el drogainómano contesta “No soy maricón,
¿sabes por qué? Porque no quiero”. Jesús Quintero no puede
evitar soltar una lágrima, al tiempo que de sus labios escapan las
palabras “Era mejor con el Peíto”. A continuación, Quintero
escribe la combinación “chiste risitas” en el buscador de la web
de vídeos. Un recuerdo le ha llevado a otro. Nostalgia.
“¿Mejor chiste del
Risitas? Sí, éste era”, se dice a sí mismo al ver el primer
enlace seleccionado por el buscador. Un chiste contado por Juan a
Antonio. Un chiste que más bien parece una anécdota enriquecida.
Una especie de relato sobre dos amigos que se encuentran tras largo
tiempo sin verse, y se van a comer juntos. A la hora de pagar, ambos
quieren correr con los gastos de la comida, y deciden solucionarlo
con dos cubos de agua. La mecánica es fácil: los dos meten la
cabeza en los cubos de agua, y el que la saque el último paga. “¡Y
se ahogaron los dos, cuñao!” son las palabras con las que el
Risitas finiquita el chiste. Nostalgia.
Suena el teléfono. Lo coge.
- Hola, Jesús. Oye, que
me dicen los de producción que ya no puedes retrasar lo del invitado de la semana que
viene. ¿Lo tienes claro yo?
- Más que claro, diría
yo - contesta el periodista del pelo de loco.
Una semana después, el
Risitas de nuevo en un plató de televisión, una vez más de la mano
del que fuese su descubridor.
Nervios en los momentos
previos a la grabación. El Risitas quiere hablar con Quintero antes
de comenzar la entrevista. Una chica de producción le comunica que
no es posible, que no puede verlo antes. “Dicen que da mala
suerte”, le comenta. “¿Hezúuuuu? ¿Dónde eh-tá Hezúuuuu?”,
le contesta el Risitas sin terminar de asimilar lo que le acaban de
decir. Los andaluces funcionan raro.
Por fin llega el momento
esperado y la chica de producción conduce al Risitas hasta su
asiento. Éste se acomoda, sin parar de preguntar por Quintero. “Yo
penzaba que iba a ehtar Hezú”, le dice tímidamente a la chica.
“Los andaluces funcionáis raro”, le contesta ésta. Al final va
a ser verdad.
Las luces se apagan. Se
encienden los focos. Se acerca a la mesa del plató una silueta rara.
“Hezú”, piensa el Risitas, pero cuando la silueta se convierte
en persona Juan ve claramente que no se trata de Quintero, sino de un
joven de unos veinte años. El hombre va trajeado y da la sensación
de ser muy pulcro. Lleva el pelo engominado. Mucho, como el
protagonista de “The Artist” o como un bote de gomina con una
peluca pequeña puesta encima. Nostalgia.
“Buenas noches, Juan.”,
le dice el imberbe muchacho al veterano contertulio. “Buenah
noshe”, le contesta éste. “¿Y Hezú?”.
“Digamos que he tenido
que sustituirlo. Yo soy José, y voy a ser el presentador de esta
velada”, le contesta, y prosigue: “Oye, Risitas, ¿no echas de
menos al Peíto?”. “Uy, er Peíto, claro que lo esho de menos.
Musho... musho. Y a Hezú también. Eran mih mehore amigo. Loh mehore
que he tenío”. “¿Y no te gustaría reencontrarte con ellos?”,
le dice sonriente el presentador de la velada. “Hohtia, claro que
zí. Musho. Musho... pero ezo no puede ze”. El Risitas se pone muy
triste. Mucho. Parece que se le derrite la cara. Se le deshace de
tristeza. Le ha entrado el “blues” del que tanto hablan los
bluseros. Nostalgia.
“¿Y si te dijese que
esta noche te vas a reencontrar con los dos?”, le dice el aseado
ser. Un pensamiento centellea en el cerebro del Risitas: “¿Va a
vení er fantasma der Peíto?”. Los andaluces funcionan raro.
“Juan, no te miento:
está aquí tu compañero de aventuras, tu aliado, tu pareja en el
dominó. Damas y caballeros, demos un fuerte, fuerte aplauso a
Antonio Rivero, ¡El Peíto!”
La muchedumbre se deshace
en palmadas. Una nube de humo artificial invade el set. Una figura
que parece llevar un peinado afro se acerca hasta Juan Joya. Es Jesús
Quintero. Lleva un traje de pana marrón, visiblemente viejo.
“Hola, Risitas”, le
dice a Juan. “Hezú”, contesta él. “No soy Jesús. Soy yo:
Peíto”.
A continuación, Quintero
sonríe ampliamente. Sólamente un diente brilla en su repertorio de
boca.
“Pero, Hezú, ¿qué ta
esho en la boca? ¡Si no tieneh dienteh!”, exclama Juan, muy
sorprendido. “¿Te loh hah quitao? ¿Por qué te hah quitado loh
dienteh?”.
“No, hombre, no seas
burro. ¡Jajajajaja!”, ríe. “¿Cómo voy a hacer semejante
disparate? Me he tatuado los dientes. Todos menos uno. Mellados
tatuados. I am the Peíto”. Ambos se quedan en silencio durante
unos segundos. ¿Nostalgia? Finalmente, Quintero rompe su silencio:
“Quería hacerme el peinado del Peíto original, pero no ha sido
posible. Parece ser que mi pelo es inalisable”.
“Yo no entiendo por qué
Hezú dice que e er Peíto. ¿Tú lo entiendeh, Hozé?”, dice
dirigiéndose al pulcro presentador. “Juan, este hombre es Jesús,
pero también es el Peíto. Son los dos a la vez. ¿Entiendes? Es tu
sueño hecho realidad. Enhorabuena”.
Una sonrisa de
dimensiones pantagruélicas se dibuja en el rostro del conductor del
espacio. Juan Joya no da crédito. No entiende lo que está
experimentando. No asimila bien la existencia de un nuevo Peíto. Ni
siquiera sabe si se alegra de ver a Quintero.
Pero José tiene más que
decirle al Risitas. “Risitas, eso no es todo. Yo tengo algo que
decirte. Algo que contarte. Algo que confesarte. Prepárate para la
anagnórisis: Mi nombre completo es José María Martínez-Bordiú y
Bassó, XVIII Barón de Gotor, aka Pocholo. Y ahora sí que quiero
ser maricón”. El Risitas, serio, sereno, directo, responde: “No
ze lo que zignifica aka”.
“¡Hay que celebrar
este reencuentro múltiple!”, exclama excitado Quintero-Peíto. “¡Y
mi reinserción en la civilización!”, grita Pocholo. “¡Zacarme
de aquí!”, vocifera el Risitas, asustado como nunca.
“¡Que traigan tres
cubos de agua!”, esputa Quintero. Está pletórico, enérgico,
lunático. Parece creerse el conductor de un show de gladiadores en
la Antigua Roma. Llega la chica de producción con tres cubos de agua
puestos en una carretilla y los coloca sobre la mesa del set.
Quintero: “Metamos la cabeza en el agua los tres, y el que la saque
antes, le paga a Pocholo la operación de cirujía estética que se
ha hecho para aparentar veinte años; la clínica de desintoxicación
por la que ha pasado para poder pronunciar como una persona; el corte
de pelo en la peluquería de abajo; y el diccionario que le hemos
comprado para que aprenda palabras como reinserción o civilización.
Iba a pagárselo todo yo, pero me he gastado todos los ahorros en
este traje. Lo necesitaba para ser un Peíto decente. ”. Risitas
responde: “Hezú, creo que ante ha disho que era maricón”. Los
andaluces funcionan raro.
ELIPSIS ABRUPTA
Y se ahogaron los tres.
Fin.
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