sábado, 21 de julio de 2012

La Premisa que nunca siguió

Hace un tiempo comencé a introducir en mi texto para directo una premisa sobre un tren en el que se encontraban las mentes más destacadas de la historia de la humanidad. Un tren en el que viajarían insignes figuras de la ciencia,  las artes, la religión y otros ámbitos. Tantos personas vivas como muertas viajarían en tales vagones, sin especificar si se trata de un tren que está en el limbo, en el cielo, en el infierno o en alguna otra realidad paralela. Un tren loco, loco. 

Esta premisa me servía para introducir una situación incómoda entre Marilyn Monroe, Albert Einstein, Stephen Hawking, y un cisne que andaba suelto por el tren. Según contaba, el animal habría sido introducido en el vehículo para averiguar qué pasaría, en la línea de “Se ha caído un árbol en medio del bosque, pero no había nadie alrededor para oírlo. Cómo ha sonado?”, o “Qué fue antes, el huevo o la gallina?”. Lo sentarían al lado de Stephen Hawking, y enfrente de Marilyn Monroe (que, según afirmaba el abajo firmante, también, al igual que el cisne, habría sido empujada hacia el habitáculo sólo para ver qué pasaría) y de Einstein, de forma que estuviesen el cisne y Hawking frente a Monroe y Einstein, en un asiento cuádruple. 

Falta de conversación. Silencio incómodo que los dos científicos pueden sobrellevar, pero no así Marylin, que decide entablar conversación con Einstein haciéndole una pregunta que suele atribuirse a una anécdota sucedida entre una mujer anónima y el escritor George Bernard Shaw. 

Y hasta aquí la premisa que terminaba con un punch-line que no desvelaré aquí (hay que verlo en directo). Pero algún tiempo después se me ocurrieron más formas de continuar con aquella premisa tan loca del Tren de las Mentes Brillantes, aunque nunca llegué a probar ninguna de las ideas en directo, ni creo que lo haga. No me lo pide el cuerpo. Pero sí me pide el cuerpo hablar de ello en mi blog. Ahí va:

En el cuarto de las escobas están castigadas las mentes que decidieron poner fin a sus vidas con una escopeta: Kurt Cobain y Ernest Hemingway . En dicho compartimento hay espacio para una persona más, y Kurt está ilusionado, pensando que quizás aparezca Virginia Woolf y ocupe ese sitio. El tío se siente solo. Pero Hemingway le dice que no, que Woolf se suicidó llenando sus bolsillos de piedras y metiéndose en un río. Cobain sale con la loca idea de que fue así sólo porque no tenía una escopeta. “¿Qué es eso de meterse piedras en los bolsillos y tirarse al río? Eso es muy raro, Ernie (el nivel de confianza que coge con Hemingway es grande.  Están un cuarto muy pequeño. Es normal, ¿no? ). Lo hizo así porque no tenía una escopeta”. Continúan la conversación en un tono amistoso o semi-amistoso, hasta que la cosa se empieza a encender por parte del Rey del Grunge, que cada vez está más “Smells like teen spirit”, mientas que Hemingway lo calma con su aurea tranquila, muy “El Viejo y el Mar”.  

 

Encima del tren, en la parte de delante, está Napoleón, agarrado al metal. Está encima del techo del tren. Está fatal el hombre. Así parece que lo él pilota el vehíchulo con las manos. Le gusta ese tipo de poder. Es muy suyo el hombre.  

 

Pitágoras, por azar o por pura crueldad del destino, se ha sentado junto a Freud. El matemático griego lo ve todo en clave numérica, mientras que el padre del psicoanálisis no puede evitar filtrar cualquier imagen que percibe a través de su prisma sexual. Es por esto que Pitágoras observa en silencio la “V” del logotipo de AVE impreso en la cabecera del asiento que tiene delante. Le gustaría comentarle a Sigmund que esa “V” le recuerda al número cinco (el tío es de la Antigua Grecia: sigue con los número romanos en la cabeza) , pero lo evita para no tener que escuchar a Freud soltarle un “por el culo te la hinco”. Así es Freud, y Pitágoras lo sabe. Es un pesado con el tema fálico. 

En la cafetería del tren se ha juntado un grupo de gente de lo más curioso. La Generación del 27 ha coincidido con El Club de los 27, y de forma casual han entablado conversación. Amy Winehouse le comenta a García Lorca que alguna vez ha leído algunos de sus poemas, y que le parecen muy bonitos.  Rafael Alberti se interesa por Kurt Cobain. “¿Dónde está el chico ése de las camisetas de Freddy Krueger? Sí, ya sabéis, el que lleva greñas y canta que parece que se le va la pinza un poco”. Janis Joplin y Jim Morrison ponen cara de circunstancias. “Kurt está castigado” suena demasiado cutre.

Fuera, en la estación, hay alguien a quien no han dejado entrar en el tren. Se trata de Lady Di. La pobre no lo ha conseguido. Cuando estaban todos entrando y el revisor le esputó un “Tú no” que casi tiró su autoestima por el acantilado, ella logró mantener la cabeza bien alta. Se acercó con disimulo a Gandhi y, dándole pequeños tironcitos en la túnica, le pidió “Porfa, porfa” que consiguiese que le dejasen subir al tren. Gandhi le contestó con un gestito de los suyos, con leve sonrisa y manos alzadas palmas arriba a la altura de la cara, de los de “Amo a todos los seres”, pero con el que en este caso quería decir “No puedo hacer nada por ti, querida”. Y allí se quedó La Princesa del Pueblo. Sola. Esperando al próximo tren. El de consolación, cuyo maquinista es Michael Jackson. “No pasa nada”, se dice a sí misma. “Michael Jackson tampoco está tan mal”. 

Pues no, supongo que no. No está tan mal. Y hasta aquí esta premisa estirada. 

Sed felices. 

O no.

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