Aquella mañana, el pequeño Blas se levantó transgresor. Al volver del colegio, se encontró a su madre en la cocina. Blas se sentía hambriento. Hambriento y reivindicativo.
- Mamá, hazme un bocadillo de un atún.
- ¿Un bocadillo de atún te hago?
- No, no, no... un bocadillo de UN atún -sentenció, muy serio, el joven-.
La mujer no daba crédito.
- Pero cómo... un bocadillo hecho con una lata de atún o.... o sea... quieres que gaste exactamente una lata de atún para hacer tu bocadillo, o...
- ¡No, joder! Un bocadillo de UN atún. Está claro, ¿no?
- Pues... sí... o... no... no sé... no lo tengo claro... - la mujer no cesaba en su asombro, pero tampoco en su búsqueda de La Verdad - . ¡Ya sé! - sus párpados untaron sus ojos con una fina película de lacrimosa alegría - . Quieres que te haga un bocadillo con UN atún, o sea, con un pescado entero del tipo “atún”. Es eso, ¿verdad, mi amor? ¿verdad que es eso?
- ¡Cállate, mujer! - esputó rabioso el infante
Y la madre murió sepultada por su propia ignorancia
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