II.
Capítulo 2: Todo está oscuro. Estoy llorando en una esquina. Nadie se acerca a
preguntarme qué me pasa. No me encuentro bien. Tengo mucho frío. Mucho, mucho
frío. Me voy a congelar. Hay un charco de vómito a mi lado. Parece calentito.
Me siento encima de él. Tengo un poco menos de frío.
III.
Capítulo 3: Todo está oscuro, pero parece que vislumbro algo de luz a lo lejos.
Aún así, sigo llorando en mi esquina. Se acerca alguien. Es un vagabundo. Porta
una vela. Me tiende su mano. ¿Somos amigos?
IV.
Capítulo 4: Mi nuevo amigo me sonríe. Tiene los dientes podridos. ¡Uy,
qué asco! ¡Fuera de mi vista, inmundicia! Le doy patadas
como a una cucaracha hasta que se va corriendo con la mendicidad entre las
piernas.
V.
Capítulo 5: Todo está oscuro. Estoy llorando en una esquina. Tengo frío. No me
queda vómito para calentarme. Me doy cuenta de que algo falla en mi vida. Me da
por pensar que quizá debería aprender a vomitar de forma voluntaria. Algo en mi
interior dice: “No. Quiérete más, cucaracha de dientes de ortodoncia”. Me pongo
en pie. Camino.
VI.
Capítulo 6: Veo un poco de luz. Camino hacia ella. Es el vagabundo con la vela.
Me dan ganas de matarlo. Me paro a reflexionar. No, mejor no lo mato. Vaya
dientes más podridos. Veo otra luz.
VII.
Capítulo 7: Comienzo a caminar hacia la nueva luz. Se va haciendo cada vez más
grande y más potente. Me ciega un poco, pero sigo caminando y salgo al
exterior. Hay mucha gente. Mucha. Aproximadamente el 90% son vagabundos con los
dientes podridos. No me gustan. Sonríen mucho. Cierro los ojos. Me concentro.
Recapitulo. Analizo todo lo que ha pasado. Vuelvo a abrir los ojos. Ahora
muchos de los vagabundos me resultan agradables. Hablo con ellos. Me dan buena
conversación. Me parecen interesantes. Nos ayudamos mutuamente. Nos damos
calor.
Ya
no necesito aprender a vomitar.
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