Bicho Palo no era feliz. Desde pequeño había sentido que le faltaba algo. En su vida algo no cuadraba, y no estaba seguro de qué era. Esto era algo que Simona a veces notaba. A menudo lo veía triste, incluso deprimido, pero no hablaban del tema. Ella le tenía mucho cariño. Mucho.
|
"Bicho Palo no era feliz. Y eso que tenía muchos brazos" |
Un día Bicho Palo se dio cuenta de lo que le pasaba. No estaba contento con su sexualidad. Se dio cuenta así, de un día para otro. Estaba mirando unos dibujos de cerillas y lo vio claro, así que se sometió a una operación de cambio de sexo, y se convirtió en un bicho de cerilla.
Podría decirse que le cambiaron todo el cuerpo. Le sustituyeron las extremidades por cerillas; la cabeza por una cabeza de cerilla; las manos por cabezas de cerilla; todo el cuerpo, prácticamente. Fue un trabajo muy fino. Lo hizo un escarabajo. Un escarabajo cirujano. Uno bueno. De los que quedan pocos.
Así que nuestro protagonista dejó de llamarse Bicho Palo y pasó a ser Bicho Cerilla.
Bicho Cerilla le quiso dar una sorpresa a Simona, así que se presentó en casa de ésta con su nueva apariencia, esperando ansioso una respuesta positiva por parte de la saltamontes. Simona abrió la puerta y vio a Bicho Palo convertido en Bicho Cerilla.
- Pero... - dijo balbuceando, asombrada hasta la médula - … pero, Bicho Palo... ¿qué te has hecho?
- Ya no soy Bicho Palo. Soy Bicho Cerilla - dijo sonriente y orgulloso.
|
"Ya no soy Bicho Palo. Soy Bicho Cerilla" |
Simona, con los ojos envueltos en lágrimas, hundió su cara en los extremos de sus patas delanteras . A Bicho Palo se le derritió la expresión de júbilo. Su sonrisa cayó hasta el suelo. No se esperaba esa reacción. Con lo ilusionado que estaba él...
- Pero... Simona...
- Oh, Bicho Palo... no... no entiendes nada... - alcanzó a decir entre sollozos la insecto -
- Bicho Cerilla. - dijo muy serio y profundo - Ahora me llamo Bicho Cerilla.
Simona le dio la espalda a Bicho Cerilla y siguió llorando. Esta vez con más intensidad. Parecía realmente hundida en el desconsuelo.
- ¿Es que no te das cuenta... - le dijo angustiada la saltamontes a la cerilla viviente - … de que yo estoy enamorada de ti?
- Hostias...
A Bicho Cerilla se le quedó cara de tonto. Cara de cerilla tonta.
Pasaron varios segundos hasta que alguno de los dos decidiese mover ficha. Se quedaron ahí, junto al umbral de la puerta, sin saber qué decir ni qué hacer. La tensión era espesa. Tanto que se podía cortar con un cuchillo. Con uno grande, de los de cortar tensiones.
Fue Bicho Cerilla el que tomó la iniciativa e inició un acercamiento. “¿Actitud positiva?”, se dijo a sí mismo en su cabeza. “Sí, por supuesto”, se contestó. “Leí en un libro que los conflictos sólo se solucionan a través del diálogo”, se dijo también. “Vamos p´allá”, fue su última auto-sentencia.
Dio un paso hacia Simona, a la vez que salía un “Oye” con bondadosas intenciones de su boca. De forma automática, en un acto reflejo, Simona le propinó una patada a Bicho Cerilla, con tan mala fortuna que las púas de su pata rasparon la cabeza de cerilla de Bicho Cerilla, la cual se encendió irremediablemente. En escasos segundos se prendieron fuego todas las cerillas de su cuerpo: manos, pies, rodillas, codos, entrepierna, nalgas, etc. El pobre (¿la pobre?) estaba completamente envuelto (¿envuelta?) en llamas.
Bicho Cerilla entró en estado de shock, lo cual le impidió gritar. Se tiró al suelo, intentando apagar el fuego. Comenzó a rodar sobre la alfombra. Simona no se daba cuenta de nada. Estaba absorta en su propia y egoísta miseria.
Bicho Cerilla se levantó corriendo y comenzó a golpearse, desesperado, contra paredes, puertas y muebles. Los resultados fueron de los más ineficaz: nada apagaba sus llamas. Ardía sin cesar, y no sabía cómo salvar la vida. Y Simona sin parar de llorar. Vaya toalla.
Por fin tuvo una idea que podría funcionar: resolvió correr hasta el charco que donde Simona y él gustaban de almorzar. No estaba lejos. Era su oportunidad de oro. De oro vivo, del color del fuego. Cuánta ironía para un solo bicho.
|
"Cuánta ironía para un solo bicho" |
Fue corriendo como alma que lleva el diablo hasta el charco y se lanzó de cabeza hacia él. Pero el charco ya no era el charco. Un muchacho con su moto había pasado por ahí aquella tarde. La moto se había averiado y soltaba gasolina. El muchacho había parado justo encima del charco. El charco era ahora de gasolina. Gasolina con agua, pero gasolina al fin y al cabo. El resto os lo podéis imaginar: Bicho Ceniza.
A la mañana siguiente, Simona encontró las cenizas mojadas de Bicho Cerilla en el charco que otrora fuere de agua y compañía. Llamó a las autoridades y esperó llorando.
En medio de su renovado llanto, alguien la interrumpió tocándole en el hombro. Se dio la vuelta y vio que era un bicho bola con bata de médico. Una bata que podía enrollarse con él cuando se hacía bola. Una bata moderna.
- ¿Quién es usted? - dijo Simona.
- Soy el Doctor Bicho Bola. Yo llevé a cabo la operación de cambio de sexo de Bicho Palo. Siento mucho su pérdida.
|
"Soy el Doctor Bicho Bola", dijo aquel insecto , sin saber que se aproximaba el final del cuento. |
- No pasa nada - contestó ella - De todas formas, lo que me molesta no es que se haya suicidado. Ya como Bicho Cerilla me daba igual que estuviese vivo o muerto. A mí lo que me jode es lo del cambio de sexo. Y eso es culpa suya - dijo algo aireada.
- Bueno, da igual - dijo muy tranquilo el Doctor Bicho Bola - Las palabras de mi pésame siguen siendo válidas. Sigue siendo una pérdida.
- Sí, una pérdida por su culpa. - La saltamontes parecía cada vez más molesta - Además, ¿cómo puede darle más importancia al hecho de dar un pésame válido que a la muerte de un insecto? ¿Qué clase de alma de piedra tiene usted?
El bicho de bola agachó la cabeza avergonzado.
Y así se quedaron el resto de la tarde, mientras el sol se ocultaba tras el horizonte: un bicho bola vestido de médico, una saltamontes llorona y ególatra, y las cenizas de un bicho palo convertido en cerilla flotando en petróleo.
Parecían una familia y todo.
Vaya tres patas para una mesa.
Vaya toalla.